Crear la Salud Indígena en el país ha sido un trabajo colosal de 6 años. Siendo una dirección asesora del ministro, una referencia internacional, con publicaciones, con el trabajo de 300 personas, con convenios internacionales, se ha convertido en un modelo a seguir como ejemplo de gestión eficiente. Inclusive se llegó a llamar como “etnogerencia”, ya que no es trabajo de una persona sino de un colectivo y el colectivo por encima de todo.
Actualmente se encuentra amenazada con desaparecer. Luego del cambio en la dirección, la persona que actualmente la ocupa brilla por su ausencia. Los indígenas que liderizaban los distintos proyectos han sido despedidos, ocupando sus puestos personas no indígenas y que no llenan el perfil ni conocen la problemática (ni la sienten). La reciente epidemia de malaria en Alto Orinoco es un ejemplo de ello, no le dieron la importancia y las acciones comenzaron luego de la presión, por cierto, muy escuetas.
Los despidos ascienden a 43 personas (algo nunca visto en la gestión pública del gobierno bolivariano y mucho menos en indígenas). Esta cantidad, proporcionalmente, es muy alta.
La última estocada corresponde a las recientes declaraciones de la ministra Sader en reunión con los coordinadores de los estados refiriendo que el Hospital de Paraguaipoa, del municipio Guajira, “no es prioridad”, dando al traste con la posibilidad de tener el primer hospital completamente indígena de el país, con las mejores adecuaciones interculturales. El hospital se encuentra bastante adelantado, pero requiere del apoyo financiero para culminarse.
El gobierno nacional no permite financiamiento externo, pero tampoco lo provee. Es una contradicción. ¿Estará el presidente enterado de estas acciones tan anti-indígenas cuando ha sido él quien ha abierto la participación y la oportunidad?
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